Paseo por la ciudad y me adentro en su centro histórico, veo como un gran palimpsesto, donde los distintos estratos de tiempos lejanos, van organizando un paisaje único y singular. Un paisaje de emociones e historias pasadas, escritas con caligrafías invisibles en las piedras de aquellas casonas de grandes portalones de antigua y noble madera con aldabas imposibles. Piedra en el escudo que corona el portalón y piedra en ambos lados de la puerta para protegerla de los carruajes, y sin apenas darnos cuenta buscamos en nuestra memoria el sonido peculiar y único, que sobre el empedrado dejaban los caballos.
Superposiciones de lenguajes que han ido componiendo el conglomerado de callejas y tipologías arquitectónicas, donde las historias vividas, e historias pensadas, se revelan en un emocionante paisaje que nos descubre nuestro sentimiento de pertenecía, como un elemento más que conforma esta singularidad.
La ciudad es comparable así con un gran collage de imágenes contrarias y similares engarzadas en la misma página, y preparadas para mil lecturas, tantas como las miradas que la recorren. Imágenes utópicas, y distópicas, argumentos relevantes y otros no tanto, sucesos y formas de vivir que se desparraman sobre las aceras, y al final de un estrecho callejón, esta aquella placita recoleta y bien arbolada donde unos niños todavía dibujan en las aceras con tizas de colores.
Este gran collage es lo que traigo aquí, solo eso, imágenes vivas de hoy mismo, imágenes digitales de este tiempo nuestro de alternancias de espacios oscuros y bonito tecnicolor.
Texto: Ángela García
Folleto de la exposición:
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